“Sus infinitos ojos tristes… son como el fondo de un cristal, como los de un niño travieso. Muy feos y muy hermosos. Ojos de avestruz. Ojos humanos con el exacto equilibrio de la melancolía”.
Así retrata García Lorca a ese hombre de rostro inmutable. Cara de piedra o Cara de palo, como fue nombrado, se llamó primero Josep, como su padre, pero luego se autobautizó Buster Keaton.
El genio del rostro sin gesto
Keaton nació en Kansas, 1895, en plena gira artística de sus padres. A los seis meses se cayó de los brazos de su madre en presencia del mago Houdini, a quien admiró siempre. A los cuatro años debutó junto a sus padres y a los cinco ya era la estrella: aunque debió fungir de limpiador de pisos, saco de papas o balón de fútbol.
¿Fue su errabunda y azarosa infancia una de las causas de la pertinaz tristeza que lo convirtió en alcohólatra? Creador de sus propios filmes, esquivo y solitario, fue excluido de las reseñas que graban a fuego la gloria. Solo más tarde fue consagrado en su abrumadora dimensión, en 1960 obtuvo un Óscar honorífico, entre otros reconocimientos.
Keaton era el típico “hombre orquesta” de sus películas, hizo de todo y su vida estuvo sumergida en una cámara. Su figura caricaturesca en blanco y negro se desplegaba dentro y fuera de la pantalla, generando la sensación de que su etéreo cuerpo habitaba en otros mundos. Gilles Deleuze ponderó sus “gags maquínicos” (“gag: efecto cómico, rápido e inesperado en un filme u otro espectáculo”). Su técnica fue deslumbrante, el acróbata del aire; su humor físico fue muy representativo en el cine mudo o silente. “Su cuerpo actuaba como el metro de un carpintero”, señaló uno de sus críticos.
Quince cortometrajes, en los que aún sonríe, lo condujeron a su consagración. Misterioso, forzado, pero sonriente al fin, empezó a trabajar sus propios filmes. Despojó de su rostro todo gesto, mohín o movimiento, por nimios que fueren.
Una semana: revelación y compromiso con su implacable trabajo. En una de las secuencias más aplaudidas, su casa da vueltas como en un fatídico carrusel. Buster sale disparado por el otro lado, poniendo la mano delante de la cámara para ocultar la intimidad de su compañera que está bañándose. En la escena teatral Buster revela que todo el grupo de actores, director y público son él mismo. “Porque el ser humano haga lo que haga –dice Hermann Broch– lo hace para anular el tiempo, para suprimirlo”.
Su éxito lo condujo a largometrajes. La ley de la hospitalidad, 1923. Buster se encuentra en el seno de una familia que pretende matarlo; debido a la creencia en la hospitalidad, no pueden hacerlo mientras dura la invitación. El áspero argumento está plagado de escenas del humor incisivo e impredecible de Keaton.
En El maquinista de La General, 1926, Buster es el conductor del tren al que secuestran. En la primera parte, viaja al norte hasta la guarida de los ladrones; en la segunda, rescatada la muchacha y junto a ella, escapa rumbo al sur. El hilo del filme está calado por los gags propios de su genio. La escena de su clímax es considerada una de las más sorprendentes de la historia del cine. Keaton regresa a su tierra sureña y, mientras las tropas del norte avanzan, prende fuego a un puente de valor estratégico. Cuando los soldados se alistan a cruzarlo, el puente en llamas se hunde bajo el peso del tren que se precipita en el río. Para esta secuencia no se utilizó ningún efecto especial y el tren utilizado se pudo ver durante varios años. Paradigma de lo que se llamó el “cine sublime” de los años 20.
Buster Keaton, pequeño, escurridizo, sombrío y luminoso, dinamitó la geometría y sometió el espacio; extrajo sus gags de las oquedades del tiempo. Artista del pórtico, del intersticio, del borde mecánico: risa, sueño y vuelo.
Contradictor de la pesadez gravitatoria, prescindió de la base terrestre, demolió y escindió el espacio, lo dinamizó y lo liberó, e inventó un mundo nuevo, leve y liviano, vacilante, multidimensional.
“¿A dónde vas Buster Keaton/ con esa sonrisa de relojero ciego,/ y esos ojos de barrilete suelto al que/ la brisa empuja hasta las ramas de un árbol muerto?”