La Agencia Metropolitana de Tránsito reveló hace unas horas que algunos conductores en Quito manejan hasta 159 km/h, es decir, 69 km/h más rápido de lo permitido legalmente. No es un chiste ni un error de tipeo. Lo leyó bien: 159 km/h. La cifra la obtuvo gracias a algunos radares que aparecieron la semana pasada en la Ruta Viva, Avenida Simón Bolívar y El Troje. En la primera, 12.620 vehículos sobrepasaron el límite de velocidad; en la segunda, 3.475 y, en la tercera, 9.632, es decir 25.727 personas no piensan en sí mismos ni en sus familias, peor en los que van en los otros carros, quienes son madres, padres, hijos, abuelos, amigos, alguien muy importante para otras personas.
¿Lloramos, nos enojamos o aceptamos esta realidad? Digo que ninguna de las tres. Creo que debemos repensar cómo estamos conduciendo y exigir a las autoridades que cumplan y hagan cumplir la ley.
Quito es una ciudad difícil para manejar. Y no digamos lo desafiante que es tener que ir por la carretera, cuando los desplazamientos son desde las parroquias que rodean a la capital. Hablar de los accidentes en las vías que conectan a la capital no es nuevo. Lo novedoso son las formas como quedan los automóviles, luego de que sus conductores pisan los aceleradores, chocan y terminan golpeados o muertos en un costado de la vía.
Hace algunos días, en una de esas competencias demenciales, dos vehículos por la Ruta Viva trataban de rebasar al mismo tiempo a otro. El auto en cuestión iba por el carril de la mitad. Uno venía por la izquierda y otro por detrás. Apenas el conductor a ser rebasado se abrió un par de metros hacia la derecha, el que venía por detrás pasó entre los dos vehículos. El de la izquierda, al ver aquello, aceleró más, mientras los carros que venían detrás, al ver la escena, trataban de bajar la velocidad por el riesgo de colisión.
Ayer, en la intercepción que une la Ruta Viva con la Simón Bolívar norte, un conductor trataba de unirse a la vía respetando la fila, cediendo el paso cuando le correspondía. De repente un vehículo, se abrió de golpe, y lo obligó a parar, pasó y unos pocos metros más abajo, sin frenar, se metió al carril de la mitad y aceleró.
Dentro de la misma ciudad, la congestión, especialmente en las horas pico, puede provocar que un trayecto de 25 minutos se convierta en uno de más de 60 minutos. Si algún auto se averió habrá cola y de las bien largas. No faltan los amantes de los pitazos y los apurados. En estas dos últimas, los buses llevan la delantera, además de que son los que lanzan esas bombas negras por sus tubos de escape, aunque supuestamente hayan pasado las revisiones anuales de emisión de gases.
Tampoco ayudan las motos. A ellas les debemos los carriles extras que se han generado en todas las calles, avenidas y, a veces, carreteras. Es espantoso toparse con ellas, porque uno no sabe si van a la derecha, a la izquierda o en zigzag. No debiera sorprender si alguna vez deciden empezar a ir en contra vía, porque desde los municipales irrespetan la ley.
Sí, esa es la ciudad en la que manejamos, por eso necesitamos estar tranquilos. Porque no intentar, la próxima vez que se sube a su auto, sentarse cómodamente y aprestarse a pasar un buen momento. Lograrlo siempre será una decisión, aunque las condiciones no sean las ideales. Si le gusta la música, las noticias, los podcasts o los audiolibros, este es un buen momento para disfrutarlos. Si es un día con mucho frío, lleve un termo con café o un té. Si hace calor, una botella de agua siempre será una buena opción. Si va acompañado trate de tener una conversación agradable. Una que otra sonrisa no estaría mal. Viera lo bien que luce cualquier persona cuando uno lo pilla sonriendo, cantando o conversando amenamente. Hagamos el esfuerzo, todos merecemos llegar seguros a nuestros lugares de destino.