En nuestro país, por la tradición tenemos el 2 de noviembre, día que la Iglesia Católica dedica a recordar a los difuntos. Es la ocasión para reunir a la familia y consolidar sus lazos al pensar en sus antepasados. Y quizá sea en Calderón donde este ritual es de los más destacados. El nombre primigenio de Calderón, en el norte de Quito, fue Carapungo, que podría entenderse como “cara de viento”, según Jijón y Caamaño; o “loma del Cara”, según Juan de Velasco, o “puerta del viento”, según Horacio Larraín.
Para el siglo XIX, esta zona se hallaba habitada por indígenas zámbizas. Estaba conformado por varios pueblos en donde se radicaron clanes familiares, entre ellos el de Carapungo, cuyos habitantes se dedicaban al tejido de cabuya: sombreros, trenzas y otros objetos empleando esta fibra vegetal que la obtenían en las veras del río Guayllabamba. En documentos del archivo histórico parroquial del actual pueblo de Zámbiza, muchos moradores eran contratados para barrer las calles de Quito, a los que llamaban capariches, palabra que significa barrendero.
Si hacemos un detenido estudio histórico de este y otros lugares de Quito, veremos que en la aplicación de nombres geográficos, mucho se relaciona con el antiguo pueblo Cara, que formó parte luego del Reino de Quito, del cual nos habla el padre Juan de Velasco. Por ejemplo Caranbuela, lo que ahora sería Llano Grande; Tunaycara, posiblemente la zona del barrio San Juan, a juzgar por los datos históricos localizados en la Curia Diocesana de Quito; Jatuncara (lugar grande de los Caras). En fin….
Una de las principales características del pueblo cara fue el culto a los muertos, conforme lo asegura el propio padre Velasco (Historia del Reino de Quito). También Nicolás de Versegue, italiano, hace una relación de los habitantes de Quito de comienzos del siglo XX; sin embargo, la evidencia más notable que hemos podido localizar, se halla en un informe del cura Miguel de Iriarte al provincial de los Dominicos el 14 de noviembre de 1897, con ocasión de una especie de censo que este fraile realizó en las llamadas capellanías; pues por mandato de Eloy Alfaro se elevó a parroquia rural, por el aporte de los capariches que sirvieron como espías mientras barrían las calles, por lo cual informaban de todo cuanto ocurría entre los dirigentes conservadores.
Lo curioso de este informe es que no solamente se refiere a temas de diezmos, sino que relata de manera muy concreta la costumbre de los habitantes de este pueblo en el día de Finados. “Todos los habitantes de este pequeño pueblo que se llama Carapungo, pero que ahora se han dado en llamarlo Calderón, por así haberlo mandado el hereje de Alfaro, se aprestan a celebrar una antigua fiesta llamada Aya Marcay Quilla, que puede entenderse en su lengua como la fiesta de los muertos, en donde todos los moradores están obligados a prepararse para esta celebración y lo hacen elaborando una comida llamada chucuta o algo parecido, que hacen con harina de maíz, varios granos, grasa de cordero, papas y coles, pero esta comida no pueden servirse sino en el cementerio, adonde acuden desde tempranas horas todos los miembros de la familia, con la creencia de que los espíritus de los muertos se hacen presentes desde la noche del 1 de noviembre, en la celebración de Todos los Santos, y vuelven a su sepulcros a las 12 de la noche del
2 de noviembre.”
Los muertos sufren si no se les lleva su comida favorita y ello repercute en las actividades de todo el año siguiente. Si no se visitan las tumbas, si no se les lleva agua, que sus deudos deben regarla en la cabecera del sepulcro, las almas padecen por cuanto no escuchan las noticias sobre lo que ha pasado en el año con los miembros familiares. Las esposas tienen la obligación de contar todo a sus maridos muertos sobre cosechas, matrimonios, problemas familiares, nacimientos y otros datos. También, alrededor de las tumbas colocan unos panes con formas humanas, de manera rígida sin brazos ni piernas, todas pintadas de color negro a base de hollín de leña. Cuando se trata de niños, les hacen formas de aves y decoradas de colores. Estas muñecas representan físicamente la presencia de sus seres queridos, por lo que en todas las casas, por más humildes que sean, deben elaborarlos, ya que según ellos, cuando amasan la harina, sus parientes se hallan presentes observando y mirando el amasijo y se complacen por el homenaje que se les prepara en la forma de unas trozas de pan ”
Pasado el mediodía, cuando se supone que el muerto se sirvió parte de los alimentos, viene lo que llaman ellos el ‘convite’, es decir que se reparte la comida entre todos los miembros de la familia y los amigos más allegados. La cita al cementerio es muy rigurosa, ya que los naturales creen que hay un guardián de los muertos que vigila la concurrencia. Este ser, según ellos, se llama Chungo y reparte -a nombre de los difuntos- salud y bienestar a los disciplinados; para quienes no cumplen, hay castigos como enfermedades, malas cosechas, dificultades económicas y pobreza, razón por la que nadie falta a la cita con los muertos”.
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