Nadie tiene el patrimonio de la verdad; sin embargo, en las élites y en el estado llano se insiste en pontificar, emitir mensajes falaces sin argumentos, denostar a los demás con injurias, y buscar errores para descalificar a los adversarios.
Lo dicho acontece no solo en el ámbito polÃtico, sino académico, profesional y cotidiano. ¡Nos falta autocrÃtica! Es decir: mirarnos en el espejo y escucharnos -si es posible- nosotros mismos.
Los profesores partimos de un principio rector: se aprende de los errores ajenos y propios. Esta pauta es clave para mejorar nuestras relaciones personales y profesionales. Y, por supuesto, para formarse y construir procesos de cambio posibles, sobre la base del ejercicio de la tolerancia y el respeto a las diferencias.
En el campo público la falta de autocrÃtica es evidente. Menciono un caso patético: muy pocos presidentes, en sus mensajes a la nación, asumen con rigor sus responsabilidades; culpan a la naturaleza, a los enemigos polÃticos y a la oposición sus yerros y omisiones. Y los discursos quedan en sonoros aplausos, mientras el relato del paÃs de las maravillas se repite en palabras sublimes y edulcoradas. Y la realidad sigue igual.
Otros ejemplos -malos ejemplos, serÃa lo correcto- son los foros privados y televisivos que culminan casi siempre en las arenas del desierto intelectual: sobre las derechas y las izquierdas; sobre el neoliberalismo y el socialismo del siglo XIX; sobre el correÃsmo y el oficialismo. La autocrÃtica no aparece porque, en el fondo, subsiste el juego perverso de intereses, donde el espÃritu de las leyes sucumbe y yace archivado en la memoria de la auto alabanza. Cunde, entonces, la improvisación, la especulación, la mediocridad, y en ese océano de ambigüedades descansa la maltrecha democracia.
A propósito, la verdadera democracia merece una autocrÃtica seria, racional y argumentada; un diálogo de saberes, doctrinas y jurisprudencias; visiones no solo desde el poder, sino desde el contrapoder y los ciudadanos; una comunicación asertiva y fluida, donde se informe con la verdad y evidencie cambios verificables, inversiones -y también equivocaciones-, libres de malos entendidos y malabares lingüÃsticos.
La autocrÃtica es un referente para construir espacios creativos de comunicación -cercanos a la ciudadanÃa- y negociaciones transparentes sobre la mesa y no en la trastienda. ¡Porque los buenos lÃderes saben escuchar de manera activa; son sencillos, sensibles y apasionados por la verdad y el bien común!