Los ciudadanos venezolanos que migraron a Ecuador rememoran a su país natal a través de la comida. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Ángel abre su pequeña boca para recibir una tirita de carne mechada, que su madre sacó con la mano de su propia arepa. El pequeño tiene un año; si crece aquí, será más quiteño que venezolano. Sus padres, en cambio, sienten la necesidad de recordar su tierra. Lo hacen a través de los sabores.
En los exteriores de la estación El Recreo del Trolebús no solo hay venezolanos, muchos ecuatorianos se pasan por aquí para probar algo distinto o, simplemente, comer barato. Los precios varían por cada plato: los más sencillos, como arepas, pizza, chaulafán o las clásicas salchipapas se encuentran desde USD 1. Platos más elaborados, como el patacón, cuestan USD 2 o 2,50, según el tamaño.
Pedro llegó al Ecuador junto a su primo y esposa. Su hijo está en Venezuela; se quedó con su abuela. Su esposa hará un viaje a Venezuela el próximo mes para traer al pequeño, que tiene tres años. “Ya tengo casi un año sin verlo”. Pedro tiene dos fuentes de ingresos: saca su puesto de desayunos de 06:00 a 12:00. Por las noches, de 18:00 a 23:00, se instala aquí para vender shawarmas.
La venta de comida típica representa una opción de ingresos para los migrantes venezolanos asentados en Ecuador. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Paola Ruiz, de 26 años, viene de Mérida. Llegó en abril. Alquila su puesto de comida tradicional venezolana junto con una compatriota que vino desde su mismo poblado en Venezuela. Llegó junto a su esposo y sus dos hijos. El próximo año escolar, los niños comenzarán a asistir a clases. “Me gustaría traer a toda mi familia. Nos vinimos aquí aventurándonos; el sueño americano”, dice mientra sonríe. Los patacones que se hacen en Venezuela son esencialmente lo mismo que acá, pero distintos. Ellos no parten el plátano en pedacitos; lo fríen entero. Paola aplasta el verde en una tabla, lo hace a modo de sánduche, lo rellena con frijoles, ensalada y carne mechada. Lo entrega en un plato de plástico. Las arepas, las ofrece con varios tipos de relleno; las hay con carne, con pollo, con jamón o con queso.
Desde 2015, 1,3 millones de ciudadanos venezolanos han pasado por el Ecuador. Cancillería calcula que, de esa cantidad, 300 000 permanecen en el territorio nacional. De ellos, solo 103 000 han logrado acceder a una visa para residir en el país. Este es un requisito fundamental para poder conseguir un trabajo regular, con los beneficios y obligaciones de ley que otorga la estabilidad laboral. Las autoridades de Migración estiman que, para diciembre de 2019, en Ecuador habrá 500 000 migrantes de esta nacionalidad. Cifras del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) dan cuenta del enorme crecimiento de solicitantes de refugio venezolanos en el país: en el 2017, el número fue de 1 500, mientras que en 2018 esta aumentó a 11 350. De esta cifra, Ecuador aceptó a trámite 4 000 solicitudes.
Kevin y Lis Marlyn dejaron a sus tres hijos, de 12, nueve y tres años en Venezuela. Su objetivo es traerlos, pero todavía no tienen un lugar donde vivir; de momento, se hospedan en la casa de un conocido. La situación en su país es crítica. La madre de Lis Marlyn es costurera. La mujer, de 30 años, dice que a su madre le conviene más recibir pagos en comida; los bolívares son casi inservibles.
En los exteriores de la estación El Recreo del Trolebús se reúnen ciudadanos venezolanos y ecuatorianos para degustar de la comida tradicional de Venezuela. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Ellos vienen a comer acá después de una extenuante jornada de trabajo vendiendo pasteles en el transporte público. Esta comida les trae recuerdos. “Antes, nosotros podíamos comer estas cosas. Antes de venirnos, eso era imposible. En el camino (de Venezuela hasta acá), todo es distinto. Uno pasa frío, se le rompen los zapatos. Uno trata de seguir adelante por sus familiares”. Pero, a pesar de las adversidades, Kevin se motivó en el viaje cuando vio a una persona con discapacidad que avanzaba sin muletas, “saltando en un pie. Si él podía lograrlo, entonces yo también”.
La pareja se sienta en la acera; se ven exhaustos. Volver a probar los sabores de su país es como un lujo; es volver a la Venezuela que recuerdan, no aquel en el que conseguir comida es cada vez más difícil. El mayor de sus hijos tiene ya la edad suficiente para entender lo que pasa en su país. El pequeño Ángel tiene más suerte: la travesía que tuvo que hacer junto a sus padres no quedará grabada en su memoria. Aquí ya tiene una nueva vida.