En 1917 Marcel Duchamp (Francia, 1887-1968) presentó un urinario de porcelana al certamen promovido por la Sociedad de Artistas Independientes, objeto al que tituló Fuente. El mingitorio, sin la intención del artista, originaría la consagración del conceptualismo. El objeto continúa siendo tema de ensayos de filósofos, escritores, críticos… a pesar de que Duchamp confesó, harto de tanta alharaca: “Les arrojé a la cabeza un urinario como provocación y ahora resulta que admiran su belleza estética”.
Duchamp fue dadaísta. Muestras de su fauvismo y cubismo analítico se hallan en sus primeros lienzos, pero fue el dadaísmo la corriente por la cual deambuló siempre. ‘Dadá’, invención léxica casual que encierra la filosofía de esta tendencia, más que estética, actitud frente a la vida: sublimación del absurdo y oposición hostil al racionalismo. El artista dejó la pintura “tradicional” a los 23 años y siguió pintando bajo su transformadora visión de la “pintura-idea”. “Obra sin obras” la suya, salvo El gran vidrio, los readymades, algunas de sus acciones y un mutismo exasperante. Invisibilidad, transparencia. Ocultación y claridad.
¿Qué son los readymades?
Objetos comunes tomados por el artista y convertidos en arte por ese gesto: haber sido escogidos (“elección de indiferencia visual”, según él mismo). El primero –no “intervenido”– fue Erizo. Un mueble para botellas. La leyenda cuenta que, ausente de Francia Duchamp, el trasto fue a dar a un basural. Erizo, “¿es una obra de arte con acentuados soportes sexuales de origen freudiano”, como afirma uno de sus exégetas?
El célebre Desnudo… de Duchamp es un entramado de líneas y formas superpuestas con precisión obsesiva. Exactitud. Concisión. Certeza. Sin una extremada prolijidad en la realización, lo insuperable no nace; la grandeza de las ideas se basa en su precisión: este desafío asumió el artista. El desnudo bajando una escalera asombra y confunde, envuelve, finge. Presencia y desaparición. El arte de Duchamp: sarcasmo, mordacidad, demolición de todo lo que fueron las artes visuales.
Duchamp rompe con todo lo que los anteriores artistas plásticos hicieron, reduciéndolo a unos cuantos readymades que escandalizaron y encandilaron a críticos y público: objetos comunes y a veces insólitos, con un humor cáustico irrigándolos. El desnudo… es espectáculo que controvierte la visión y se adentra en la no visión del espectador. Movimiento que cobra vida mediante el ojo que mira. Un talante extraño esboza el ánima de una mujer bajando una escalera.
L.H.O.O.Q., duplicación de la Gioconda, exornada de barba y bigotes; Aire de París, un recipiente de vidrio que aloja el aire de la Ciudad Luz, ¿Por qué no estornudar?, jaula de pájaros albergando terrones de azúcar, son, entre otros, los readymades que mayor atención convocaron. El gran vidrio es inescrutable, cerrada a toda elucidación, imagen del silencio. Pintura y alambre sobre vidrio. Cuando llegó a su destino final, el Museo de Arte de Filadelfia la recibió averiada. Enterado de esas fisuras, Duchamp expresó que su obra se había completado.
Duchamp se consideraba un francotirador, libre hasta los extremos. ¿Tiene límites la libertad como él la asumía? Los artistas para Duchamp, así se rebelen contra el sistema, son presas de la sociedad. ¿Nihilismo combatiente? Duchamp fue un misterio y cuando nos internalizamos en el misterio no podemos salir. Vivió un tiempo en Múnich. Absorbió los postulados de Max Stirner y de su libro El único y su propiedad. ¿Este fue el breviario que siguió el artista franco-estadounidense el resto de su vida? Tratado que pregona y azuza el egoísmo, enalteciendo el ego, el yo como único camino para evadir y rehuir del poderío de Dios y del humanismo.
El horizonte de Duchamp nunca fue plástico, sino crítico y filosófico, ideaciones que van más allá de la belleza, la fealdad o la simulación. Bohemio, donjuán, ajedrecista consumado, ávido lector; intentó escribir poesía, hermético, “comía poco y bebía mucho”, dijo de él Picabia, uno de sus escasos amigos. Vivió con modestia y discreción; nadie –salvo él– supo qué clase de entresijos zarandeaban su insólito talento creador.
“Incertidumbre, iremos lejos/ y alegres, sin volver jamás,/ Así como van los cangrejos;/ De para atrás… de para atrás” (Apollinaire).