Andrea Ganán lleva a sus hijos, a la escuela y a la guardería, desde el sur de Quito hasta el norte. Deben tomar buses en una vía rápida. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO
Los escolares a menudo recorren trayectos de difícil acceso, en medio de lodo, piedras o polvo. Foto: EL COMERCIO
Estos niños caminan durante 20 minutos para llegar desde su casa, a la parada de buses que los llevará a la escuela. Foto: EL COMERCIO
En Daule, los niños de las escuelas recorren varios kilómetros para ir a estudiar. Foto: Mario faustos/ EL COMERCIO
Los niños deben recorrer una distancia que toma aproximadamente 45 minutos, antes de llegar a sus planteles. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO
Los pequeños madrugan y recorren largas distancias, para ir a estudiar. Algunos cuidan de sus hermanos menores. El 1 de junio se celebrará el Día del Niño.
Ir a la escuela es la principal tarea cotidiana para 4,3 millones de niños y adolescentes en el Ecuador. Pero el viaje rumbo al una institución educativa no es corto ni tranquilo en todos los casos.
Recorrer las calles de Quito a partir de las 05:00 de un día escogido al azar da cuenta de ello. Pocos vehículos y personas se movilizan en la fría madrugada.
Entre ellos hay estudiantes uniformados que van presurosos rumbo a una parada de buses. Lo hacen para cruzar la ciudad con el tiempo suficiente para no atrasarse a clases, que empiezan entre las 07:00 y 08:00.
Madre sacrifica dinero por comodidad
Liseth Ch. está en sexto año de la escuela Abraham Lincoln. A diario se levanta a las 04:30 para alistarse. Cuando sale del barrio El Conde, en el sur, aún está oscuro y la neblina cubre la zona que se conecta con la av. Simón Bolívar. Su madre, Andrea Ganán, le preparó el jueves último un arroz con menestra de papa para el desayuno.
A Liseth no le cuesta levantarse tan temprano. Está acostumbrada. A las 05:45 sale de su casa por un camino de tierra. Va con su madre y su hermano Efrén, de 3 años, rumbo a la avenida, para tomar un bus de la Cooperativa Mejía, hacia la Granados. Allí suben a un bus interparroquial. Camina contenta, con su cabello perfectamente peinado, su uniforme pulcro y su radiante sonrisa.
En la parada, una niña más pequeña hace pucheros. Su mamá teje unas trenzas con sus cabellos, pero interrumpe el peinado cuando llega el bus.
La forma más económica de ir a El Inca (norte), en donde está la escuela de Liseth, es usar la Ecovía y pagar 0,50 hasta la estación. Pero el viaje toma dos horas, desde La Cocha.
Andrea ajusta el presupuesto para que sus hijos madruguen menos. Paga USD 1,50 en el bus Mejía y 0,50 en el interparroquial. Luego caminan por 10 minutos, hasta la escuela. Cuando llegan, la niña pide la bendición y su madre se la da. Se abrazan y se despiden.
Caminan kilómetros, antes de tomar el bus
Las actividades de José Q., de 12 años, empiezan muy temprano. Mientras sus vecinos del barrio Puerto de Palos duermen, él y su hermana Samantha L., de 7, ya se preparan para emprender un largo camino desde el sur de Cuenca, hacia su Escuela Ángel Polibio Chávez, en el centro.
Madrugan para tomar un bus urbano. José custodia a su hermana desde que salen de la casa donde viven con su madre Alba Quijije, quien es ayudante de cocina en un restaurante.
José camina casi un kilómetro por una vía de tierra hacia la parada de la autopista. Lleva a su hermana de la mano, para que agilite el paso y alcanzar el bus de las 06:20. El pasado miércoles iban contentos, pese al frío de la mañana.
Se mudaron de Pasaje, en El Oro, a Cuenca hace un año. Cuando Alba registró a sus hijos para acceder a un centro educativo público, le asignaron el Ángel Polibio Chávez. Pidió un cambio, por la distancia, pero le explicaron que no había cupo en otro más cercano, dijo.
Si alcanzan al bus de las 06:20 llegan a las 07:10, cinco minutos antes de la hora de entrada. Los niños tienen algunos acuerdos para cuidarse mutuamente. Por ejemplo, a la salida, ella le espera debajo de un árbol de la escuela, para regresar juntos.
José admite que a veces le da miedo cruzar la calle corriendo con su hermana, por la velocidad a la que circulan los carros. Aún así está contento. Al llegar a la casa, calienta la comida y almuerza con su hermana, mientras su mamá está trabajando.
Andrés F., de 13 años, también cuida de sus hermanos menores Adrián (11) y Josué (10). Ellos viven en el barrio Pumayunga, en el norte de Cuenca, y caminan 2,2 km por una calle de tierra, sinuosa y empinada hacia la parada de la av. Abelardo J. Andrade. De allí viajan 6,8 km en bus a su escuela vespertina Luis Cordero, en el centro
A Andrés no le incomoda su responsabilidad porque dice que de esta forma ayuda a sus padres. El próximo año irá a un colegio mucho más distante, mientras sus hermanos anhelan ser trasladados a una escuela cercana a Pumayunga, para no llegar en la noche a la casa.
A escuela, en bici
En las zonas rurales del Guayas, los padres recurren a las bicicletas y las motos para dejar y retirar a sus hijos de la escuela. Otros prefieren caminar.
El mediodía del pasado jueves, Mariela Piguave, de 26 años, llegó en una vieja bicicleta a recoger a su hijo Jorge Figueroa, de 6 años, de la Escuela Rosa Herlinda Martilla, el único plantel fiscal del recinto Pajonal, del cantón Daule.
Allí se educan 138 pequeños. “Solo lo traigo en bicicleta cuando está seca la carretera. Si llueve fuerte, el camino se vuelve un lodazal y toca caminar.”
14 km separan a la escuela de la vía asfaltada. A mitad del trayecto, un estero corta el camino de tierra. Sandy Vera también lleva por ahí a su hija Alexia, en bici. En invierno, el caudal del estero crece y dificulta el paso, incluso de camionetas.
Felícita Suárez prefiere caminar. Ella y su nieta, Scarlet Candelario, de 5 años, recorren casi un kilómetro desde su casa, levantada en el claro de una plantación de mangos, hasta la escuela de Pajonal.
Todos los días, ellas se internan por un camino recubierto de hojarasca que culebrea entre las fincas del sector. Pasan un estrecho puente metálico que resulta el único medio para llegar a la escuela, cuando arrecian las lluvias y el estero se desborda.
A 15 minutos de allí, en el recinto Piñal de Arriba, del cantón vecino Santa Lucía, los padres de familia de la escuela Narcisa de Jesús enfrentan un problema similar.
En invierno, la única vía se vuelve inaccesible por el lodo. En el plantel de cuatro aulas, levantado junto a un río, se educan 121 pequeños. Una parte de ellos vive del otro lado del río y la única forma de pasar es en canoa, por la falta de un puente.
En contexto
El sistema de zonificación escolar se aplica progresivamente en el país, para los niños que se matriculan por primera vez. Los cupos se reparten según la capacidad de las escuelas públicas en cada zona y la cercanía de la vivienda de los chicos a cada institución.